04.02.2015 ELLA

Comienzo mi revisión confesándome por no haber subido una entrada la semana pasada. Mentiría si dijese que no tuve un minuto pero lo fui alargando y se me juntó con esta semana.
Y aquí estoy, escribiendo a deshora a pesar de que mañana vuelvo a empezar las clases.

Estas dos semanas las describiría como elcécticas. Para empezar he tenido dos grandes motivos para llorar y enorgullecerme y no son otros que insignificantes notas escritas en un papel o tecleadas en una pantalla. Y es que cuando das lo mejor de ti (siendo honestos, en ocasiones algo de tiempo, al menos el que empleas contestando al examen) duele mucho cuando esa nota no es la que esperabas ni suficiente. En esos momentos pienso: solo es un número insignificante en tu vida, hay millones de cosas e incluso millones de números más importantes que ese, olvídalo. ¡Pero cuánto cuesta seguir nuestros propios consejos! Que en ocasiones serán los mejores que recibiremos, pues nadie nos conoce como nosotros mismos y nadie puede apoyarnos ni querernos en el momento exacto con la intensidad con la que nosotros debemos hacerlo.

En ese aspecto también han sido unas semanas curiosas, pues me he escuchado. Al menos esta última semana he dedicado tiempo a mis pasiones y a mis objetivos invirtiendo tiempo y lo más importante, ilusión.

Esta semana también me despedí de mis pequeños, con lagrimas asomándose por mis pupilas y una conveniente alergia para justificarlas. Y cuanto se aprende de los niños. Una de las cosas que más he podido hacer es observar, todas las mañanas observaba a la gente del metro y unos minutos después a mis niños y ¿sabes lo que he aprendido? Que cuando un niño no se siente observado y se encuentra solo sonrie, es feliz. Sin embargo los adultos cuando no estamos en interacción con otros y algunos ni si quiera entonces no sonreímos. Miramos al suelo, a la luz que desprende nuestro movil, miramos al que tenemos enfrente, el libro entre nuestras manos o aquel bolso que parece goloso ante los extraños.
Tengo suerte de seguir teniendo a la pequeña niña con trenzas y labios de fresa dentro de mi, viva, palpitante, curiosa y sobretodo, sonriente.

Por último gracias al amor de mi vida, a mi RAZÓN en todos los sentidos de la palabra, si porque ÉL es la razón de que luche cada semana, ÉL es la razón de que después de una victoria haya una celebración y ÉL es la razón de mi locura.

Con el amor de la sonrisa de un niño,
ELLA.

Deja un comentario